UNIDAD
I- INTRODUCCIÓN
1. EL LENGUAJE COMO HECHO HUMANO
El
lenguaje constituye una de las más complejas encrucijadas del saber en que
convergen ciencias muy diversas. Antes de adentrarnos en el estudio de la
filosofía del lenguaje propiamente dicha, conviene que prestemos atención a
algunas observaciones sobre el lenguaje de la antropología, la psicología y la
sociología.
A)
El hombre, ser que habla
Cuando
Aristóteles definió al hombre como un «ser vivo que tiene logos», zoon logos
ejon, estaba apuntando no sólo al hecho de que el ser humano se distingue
del resto de los animales por tener una razón, sino al hecho mismo de tener
lenguaje. En efecto, el ser humano, a diferencia de los animales, es un ser que
tiene lenguaje, un ser que habla: «El hombre es el único ser vivo que tiene
palabra».
B) Lenguaje humano y «lenguaje» animal
¿Pueden hablar los animales?, ¿habla castellano el loro que
dice «buenos días a todos»? Cuando un gato maúlla para que le demos leche,
¿sabemos realmente lo que quiere? Nadie puede dudar de que hay comunicación
animal tanto entre los animales como entre éstos y los seres humanos. Desde los
años 60 se han desarrollado numerosos intentos de enseñar el lenguaje a algunos
chimpancés. En los primeros experimentos —protagonizados por Beatrice y Alan
Gardner— se usó con este fin el lenguaje de los sordomudos. Una chimpancé llamada Washoe llegó a usar hasta 132 de estos
signos y algunos de un modo espontáneo, sin necesidad de inducción directa. Mayores progresos obtuvo R Patterson, quien,
enseñando este lenguaje desde la infancia, consiguió que una gorila llamada
Koko llegara a usar 300 signos. Otros proyectos posteriores tuvieron como
objeto enseñar a usar algunos símbolos geométricos de plástico (llamados
«lexigramas»), que correspondían a palabras de nuestro vocabulario. El
chimpancé Lana aprendió a usar hasta 200, aunque siempre con fines pragmáticos.
También se logró que otros dos chimpancés, Sherman y Austin, se sirvieran de
los lexigramas para comunicarse entre ellos. Los más recientes experimentos
tienen como fin enseñar este lenguaje a otras especies de chimpancés. Así, un
bonobo o chimpancé pigmeo llamado Kanzi no sólo ha llegado a usar con pericia
los lexigramas, sino que entiende algunas frases del inglés. Estos estudios, que
muestran la capacidad de aprendizaje de algunos primates, han llevado a algunos
autores como E. O. Wilson a sostener que «la capacidad para comunicarse por
medio de símbolos y sintaxis sí está dentro de las capacidades del simio». ¿Es
esto así? ¿hay alguna diferencia esencial entre el lenguaje humano y el de los
simios?
Es
preciso señalar que el lenguaje humano posee unos rasgos únicos, que lo
distinguen no sólo cuantitativa, sino cualitativamente de los diferentes modos
de comunicación animal. Entre los elementos distintivos del lenguaje humano
podemos destacar:
1)
En
primer lugar, que en el habla humana no
hay una base instintiva apreciable. El lenguaje humano no es el resultado
de un instinto, mientras que el lenguaje animal es instintivo e involuntario.
En el caso de los animales, el lenguaje es una función relativamente simple que
cuenta con órganos más o menos específicos para cumplirla. Por el contrario, el
lenguaje humano no es una función programada filogenéticamente. No existen
órganos exclusivos del lenguaje. Por otra parte —como subrayó Kroeber— el
lenguaje animal es el mismo en los animales aislados y en el grupo,
transmitiéndose de modo biológico. Por el contrario, el lenguaje humano no
puede ser explicado sólo desde la biología porque el ser humano habla siempre
una lengua concreta que es un producto cultural y que se transmite
social-mente. Para que alguien aprenda a hablar es preciso que exista una
lengua que aprender. Aunque la capacidad lingüística sea espontánea, toda
lengua es siempre un producto cultural. No hay nada en los genes de un español
que haga que vocablos como «agua», «perro» o «casa» formen parte de su lenguaje.
La idea de una lengua «natural» carece de sentido.
2) En
segundo lugar, el lenguaje animal no es vehículo de comunicación. Para aclararlo podemos recurrir a
la distinción de Bateson entre lenguaje icónico y dígito. Un sistema de
comunicación es icónico si la relación entre el mensaje y la señal es
relativamente simple y directa. Cada signo representa uno sólo y siempre el
mismo mensaje. A menudo, la correspondencia entre el mensaje y la señal es de
tipo físico. Así, por ejemplo, las abejas descubren la ubicación de la fuente
del néctar olfateando los granos de polen adheridos a las patas de sus
compañeras. Los chimpancés comunican amenazas de violencia rompiendo ramas y
agitándolas o arrojándolas. Además, estos signos son ante todo señales de sus
estados individuales, sus necesidades o su relación con otros animales. Es
decir, los signos o señales son expresión de sus emociones y sensaciones, pero
no se refieren a objetos.
El
lenguaje propiamente humano es dígito. Un sistema de comunicación es dígito si
los mensajes se construyen a partir de elementos diversos entre sí, siendo las
relaciones entre signos y mensajes arbitrarias. Las cualidades físicas de los
signos son totalmente irrelevantes para los mensajes como muestra la diversidad
de lenguas. Además, esta comunicación humana se basa prioritariamente en signos
que hacen referencia a objetos o cosas. No se refiere sólo a estados
interiores, sino que hace referencia específica a partes concretas del entorno.
El hecho mismo de que cualquier persona pueda decir cualquier frase con una
amplia variedad de entonaciones indicadoras de un amplio abanico de actitudes
(sorpresa, admiración, ira, alegría) muestra que el sentido de la proposición
es distinto de cualquier emoción concreta.
Es
obvio que en el ser humano, además del lenguaje dígito hay también un lenguaje
icónico. El grito de dolor, la expresión facial, el lloro, etc., pertenecen al
lenguaje icónico. Esta expresión es involuntaria, instintiva y no requiere ser
aprendida. El lenguaje icónico es común a hombres y animales y en ambos casos
tiene raíces instintivas y transmisión biológica. Pero hay también en el ser
humano una expresión distinta, que es voluntaria, deliberada y controlada. Esa
expresión se hace en una lengua concreta aprendida y transmitida en un entorno
socio-cultural. Es en este segundo lenguaje en el que es posible la referencia
específica a objetos.
En
tanto que sistema digital, el lenguaje humano muestra gran flexibilidad y
capacidad de adaptación. Además posee lo que se ha denominado dualidad o doble articulación, es
decir, los sonidos y las palabras del lenguaje muestran pautas independientes.
Así podemos combinar distintos sonidos (primera articulación) para formar
mensajes diferentes (segunda articulación). Los cuatro sonidos «g», «a», «t»,
«o» de la palabra «gato» no significan nada en sí mismos. Sólo al combinarse
dan como resultado un significado. El efecto de la dualidad se puede ver si
pensamos en la cantidad de palabras que pueden obtenerse con sólo cambiar un
sonido de la palabra «gato» (por ejemplo, «mato», «rato», «cato», etc., o
«gano», «galo», «gajo», etc.). Combinando un número limitado de sonidos —en
castellano son aproximadamente 43— se puede construir un número infinito de
palabras.
3)
En tercer lugar, el lenguaje
humano, frente al animal, goza de universalidad semántica. Se entiende por tal la capacidad
de transmitir información sobre aspectos, ámbitos, propiedades, lugares o
acontecimientos del pasado, presente o futuro, reales, posibles o imaginarios,
cercanos o lejanos. Con el lenguaje podemos emitir y comprender un número
ilimitado de mensajes. Incluso podemos nombrar las lagunas o huecos de nuestra
experiencia, lo desconocido. Otra manera de decir lo mismo es subrayar que el
lenguaje humano es, desde el punto de vista semántico, infinitamente
productivo. Con ello se quiere decir que a cualquier expresión lingüística
siempre podemos agregar otra cuyo contenido informativo no pueda predecirse a
partir de la información de las precedentes, y que podemos continuar añadiendo
informaciones sin pérdida de la eficiencia con que se recibe tal información.
Los estudios sobre los «lenguajes» de los animales ponen de relieve los límites
de su productividad, mientras que los seres humanos somos capaces de producir
un número ilimitado de mensajes acerca de un número infinito de campos.
Otro
componente del concepto de
«universalidad semántica» es el desplazamiento. Un mensaje
está desplazado cuando el emisor o el receptor no tienen ningún contacto
directo o inmediato con las condiciones o acontecimientos a los que se refiere.
Por ejemplo, no tenemos dificultad de hablar sobre un partido de fútbol antes
de que ocurra o una vez que ha ocurrido. Esto contrasta con la comunicación
animal. Para los antropoides, por ejemplo, es preciso el contacto con la fuente
de peligro para dar una señal de alarma. Un animal no dice «¡Cuidado!, puede
haber un leopardo al otro lado de la colina». En cambio, en la comunicación
humana, tanto el emisor como el receptor están a menudo desplazados, como
cuando alguien habla a otro de cómo comportarse en el futuro.
4)
Por último, el lenguaje humano
posee reflexividad o capacidad metalingüística. Es decir, con el lenguaje podemos
decir cualquier cosa sobre la misma lengua. Esta es una propiedad tan
característica del lenguaje humano que ni los más entusiastas defensores de la
comunicación animal pueden descubrir en la misma. Esta propiedad del lenguaje
se halla en íntima conexión con la capacidad de abstracción y generalización
propia de los seres racionales.
En
conclusión, el lenguaje compete de manera propia e intrínseca únicamente al
ser humano. A algunas especies animales se les atribuye de manera en cierto
modo abusiva, por la apariencia externa que algunos de sus aspectos guardan con
el sistema lingüístico humano.
C)
El origen del lenguaje
Una
cuestión distinta de la capacidad lingüística del ser humano es la que se
refiere al modo en que los hombres han ido elaborando de hecho los distintos
lenguajes. Son diversos los interrogantes sobre esta cuestión. El primero se
relaciona con la pregunta acerca de cuándo surgió el lenguaje. Por «origen» del
lenguaje se entiende también la explicación del modo en el que surgió.
Finalmente, atenderemos a cómo se aprende un lenguaje.
D)
El surgimiento del lenguaje
Se
ha especulado durante siglos sobre el origen del lenguaje humano. ¿Cuál es la
lengua hablada más antigua del mundo?, ¿se han desarrollado todas las lenguas
desde una fuente común?, ¿qué lengua se hablaba en el Paraíso?, ¿cómo se
formaron las palabras en un principio? Estas preguntas resultan fascinantes y
han dado lugar a experimentos y debates cuya historia se remonta a hace 3000
años. Ya Heródoto nos cuenta que el rey egipcio Psamético I, que reinó en el
siglo Vil a. C, pretendiendo descubrir cuál era el lenguaje más antiguo, dio
dos niños a un pastor para que los criara junto con su rebaño evitando que
nadie pronunciara nunca una palabra delante de ellos. Según cuenta la leyenda
ambos niños pronunciaron a la vez la palabra «becos», que el rey tomó como
palabra frigia, por lo que pensó que el frigio era el lenguaje más antiguo. Hoy
sabemos que esto no es cierto y que el frigio formaba parte de una familia de
lenguas. Experimentos de este tipo se han ido sucediendo a lo largo de la
historia. Federico II de Hohenstaufen (1194-1250) y Jaco-bo IV de Escocia
(1473-1513), entre otros, realizaron pruebas similares. Sin embargo, ninguno de
estos experimentos ha tenido éxito. No poseemos un conocimiento directo de los
orígenes y desarrollo inicial del lenguaje.
Otro
tipo de experimentos se relaciona con los llamados niños lobo, criados en
estado salvaje por animales o que se han mantenido aislados de todo contacto
social. Las experiencias de estos niños
no apoyan en absoluto las ideas de Psamético I. Sólo algunos informes mencionan
las capacidades lingüísticas de los niños y el cuadro que pintan es bastante
claro: ninguno podía hablar y la mayoría no comprendía el habla. Es más, la
mayor parte de los intentos de enseñarles a hacerlo fracasaron. Sólo en casos
excepcionales se consiguió que aprendieran algunas palabras; en el mejor de los
casos aprendieron no más de 120 palabras.
La
cuestión del origen del lenguaje llegó a ser objeto de fuertes controversias
durante el siglo pasado, hasta el punto de que en 1866 la Sociedad de
Lingüística de París se vio obligada a suspender cualquier debate sobre la
cuestión. Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XX y a la luz de nuevos
hallazgos fósiles, se ha acrecentado el interés por el tema. La paleontología
se ha preguntado cuándo comenzó a hablar el hombre. Se considera que para que
exista el habla resulta indispensable junto a una determinada configuración del
tracto vocal, la maduración cerebral (que posibilitaría el discurso abstracto)
y la capacidad de relacionarse con el medio. Sin embargo, no existe
actualmente ninguna hipótesis claramente definida sobre el origen del lenguaje
humano. Mientras que para algunos investigadores el lenguaje sería un
fenómeno relativamente reciente surgido hace tan sólo 30.000 años, y otros
hablan de 60.000 a 200.000 años, buena parte de los investigadores consideran
que la capacidad simbólica debe retrotraerse hasta 2 o 3 millones de años.
Desde
el punto de vista filogénico y evolutivo el principal problema es que no
existen órganos específicos del lenguaje, de modo que no puede estudiarse
cómo han ido evolucionando. Todos los elementos y factores morfológicos y
fisiológicos que entran en juego en el lenguaje tienen ya una función biológica
distinta: los labios, la lengua, la garganta (incluyendo las cuerdas vocales,
que no tienen de suyo función
lingüística,
sino fonética), los pulmones y el encéfalo. Sabemos que el lenguaje se
encuentra vinculado con el encéfalo, es decir, la corteza cerebral adaptativa.
Una lesión en determinadas zonas del encéfalo impide el desarrollo del
lenguaje. Pero, aunque hay una vinculación de lenguaje con la corteza
adaptativa, la mera existencia de esa corteza no implica la existencia de
habla: si el niño no vive en un medio lingüístico, no aprenderá a hablar. Por
esto, aunque es cierto que el lenguaje surge en el cerebro humano, por otra
parte, el cerebro llega a ser humano, a conformarse de modo humano,
precisamente mediante el lenguaje o, en términos más generales, por la cultura
y la educación.
E)
La adquisición del lenguaje
El
origen y adquisición del lenguaje es un tema que ha preocupado a todas las
culturas. En casi todas ellas se pueden encontrar relatos que asocian por lo
general el origen del lenguaje a un don divino. Según la tradición judía, el
hebreo era el lenguaje del paraíso. El dios del sol, Amaterasu, fue el
creador del lenguaje para los japoneses. En la China fue el Hijo del Cielo,
T´ien-tzu, quien dio el lenguaje a los hombres. Otras culturas vinculan el
origen con la creación del hombre. Estos relatos ponen de relieve la admiración
que en el mismo hombre provoca su capacidad de hablar.
Las
primeras teorías filosóficas sobre el lenguaje —abandonadas hace muchos siglos—
adoptaron una perspectiva naturalista, es decir, sostenían la existencia
de una relación natural entre los objetos y sus nombres. Las palabras serían,
en cierto modo, imitaciones de las cosas. Esta teoría fue sostenida por
Pitágoras y por los estoicos, y el mismo Platón en el Cratilo sostiene
que hay palabras que guardan una relación natural con los objetos, mientras que
otras son convencionales. Sin embargo, ya en la antigüedad, Demócrito,
Aristóteles y los epicúreos sostuvieron que el lenguaje surge por convención.
Las
teorías dominantes durante muchos siglos han tenido, sin embargo, un marcado
acento empirista. Los partidarios del empirismo sostienen que el
lenguaje dígito humano ha surgido como evolución del lenguaje icónico. El
lenguaje surgiría de las imitaciones que las personas llevaban a cabo de los
sonidos del ambiente.
D) Las 5 teorías de Otto
Jespersen
El
lingüista danés Otto Jespersen (1860-1943) clasificó estas teorías en cuatro
grupos a los que añadió el suyo propio.
1)
Teoría del «guau-guau»
Para
unos el lenguaje surge por imitación de las llamadas de los animales; el «guau»
del perro habría hecho que el hombre primitivo designara el perro con el nombre
de «guau-guau» (teoría del «guau-guau»).
2)
Teoría del «ay-ay»
Para
otros, surgió de los sonidos instintivos provocados por el dolor, la ira y
otras emociones en el ser humano (teoría del «ay-ay»).
3)
Teoría del «ding-dong»
Una
tercera variante supone que el lenguaje surgió porque las personas reaccionaban
a los estímulos del mundo a su alrededor y producían espontáneamente sonidos
que, en alguna manera, reflejaban el ambiente o estaban en armonía con él
(teoría del «ding-dong»).
4)
Teoría del «aaah-tú»
Según
otra versión, el lenguaje surgió porque las personas emitían gruñidos,
comunales y rítmicos, debido al esfuerzo físico cuando trabajaban juntas, que
con el tiempo se desarrollaron en cantos y, de este modo, en lenguaje (teoría
del «aaah-tú»).
5)
Teoría del «la-la»
Finalmente,
se ha sostenido también que el lenguaje surgiría del lado romántico de la vida:
sonidos asociados con el amor, el juego, los sentimientos poéticos y, quizás,
incluso la canción (teoría del «la-la»).
Cada
una de estas teorías aporta un punto de luz o sombra sobre esta cuestión difícil
de esclarecer. Una grave dificultad de estas teorías es la suposición de que
existe una evolución en el lenguaje humano, desde el lenguaje icónico al
dígito. A este respecto Sapir objetó que si el lenguaje surgiera por evolución,
debería haber unos lenguajes más evolucionados que otros, y que, por tanto,
debería poder establecerse una jerarquía de lenguajes según fueren más
primitivos o más evolucionados. Pero parece que en lo que a complejidad y
riqueza fonológica, semántica y sintáctica se refiere, no cabe establecer
diferencias entre los lenguajes de los pueblos primitivos y los más recientes.
Todos los pueblos tienen gramáticas plenamente desarrolladas y todas son
igualmente complejas. No hay lenguajes más complejos o difíciles de aprender
que otros: un niño tarda el mismo tiempo en aprender cualquiera de los idiomas
existentes si nace en el seno de esa comunidad lingüística.
Además,
estas teorías pueden explicar en parte la dimensión fonética del lenguaje y
algunos aspectos de la semántica, pero parece que resultan inoperantes
respecto a la sintaxis, es decir, no explican que existan unas leyes que
rijan el uso del lenguaje. Este es el problema más complejo a la hora de
abordar el origen del lenguaje. Las palabras pueden expresar, significar cosas en
virtud de unas deter-minadas reglas según las cuales dichas palabras se
articulan entre sí formando frases, que a su vez se articulan entre sí. Aunque
esas reglas no sean en la actualidad plenamente conocidas, están operando desde
el principio a un nivel no consciente.
F)
Noam Chomsky y los universales
del lenguaje.
Un
último tipo de teoría —de carácter racionalista— es la sostenida por
Noam Chomsky y el estructuralismo contemporáneo, que tienden a pensar que hay
unos universales del lenguaje y unas estructuras básicas que aparecen de
golpe y que, entonces, sólo entonces, el universo entero se vuelve
significativo. Desde luego, el caso de Helen Keller —la sordomuda ciega
norteamericana— y el modo súbito en el que a partir de un momento determinado
aprendió a hablar, induce a pensar en un acontecimiento de este tipo. Para
Chomsky la explicación está en que existen unos universales del lenguaje
innatos (del mismo modo en que Descartes admite unas ideas innatas). Poseemos
internalizados de modo inconsciente los esquemas mediante los cuales se realiza
la competencia lingüística.
La
teoría de Chomsky ha sido ampliamente discutida. Hilary Putnam ha subrayado
acertadamente que esta hipótesis resulta admisible si por «universales innatos»
entendemos la capacidad de todo organismo de aprender algo. Sin embargo, si
entendemos que existen unos «contenidos innatos», hemos de rechazar esta
hipótesis por innecesaria, ya que existen otras hipótesis más clarificadoras
del problema. Putnam destaca que es empíricamente cuestionable que en todas las
lenguas se den las mismas categorías sintácticas. Además, no se puede separar
el conocimiento de un idioma de la inteligencia, como realiza Chomsky; es
cierto que todas las personas saben hablar en torno a los cinco años, pero cabe
hacerlo con mayor o menor perfección.
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